14 de abril de 2011

Dajabon; un crisol arquitectónico que debemos preservar

Sergio Reyes II.
 La fisonomía de nuestras ciudades y pueblos está matizada por una mescolanza de expresiones arquitectónicas en la que resaltan las raíces de las diferentes culturas que han interactuado en la formación del pueblo dominicano.

Entre dichas expresiones destaca un estilo de construcción de viviendas en el que prima el uso de la madera para las estructuras y ornamentos y el zinc –liso o acanalado- para el techado; un uso apropiado del techo a dos o más aguas –según la necesidad-, y empleo de una abigarrada combinación de elementos ornamentales tales como balaústres (barandillas) en balcones y pisos bajos, galerías corridas perimetrales, buhardillas, visillos curiosamente ornamentados con calados en apariencia de encaje, e interesantes diseños en puertas, ventanas y vuelos del techo.
 Este estilo, que fue introducido al país a partir de la segunda mitad del siglo XIX, proveniente de Europa y Estados Unidos, es conocido como el estilo arquitectónico Victoriano, al que se le endilga, además, la condición de ‘ecléctico tardío’, por constituir una conciliación entre diferentes estilos y por haber llegado a las Antillas tardíamente, a causa del atraso económico ancestral por el que transitaron las nacientes repúblicas de estas latitudes, lo que les impidió ir a la par con el desarrollo de las naciones que les colonizaron en el pasado.

Ciudades como San Pedro de Macorís, Puerto Plata, Santiago de los Caballeros, Sánchez, Samaná, Monte Cristi y otras, experimentaron una época de apogeo arquitectónico en la que los artífices de la construcción impusieron un estilo que, por su profusión, vistosidad, calidad y funcionalidad terminó convirtiéndose en el modelo por excelencia de las construcciones, tanto a nivel de las mansiones y villas de los sectores pudientes como de las pequeñas y coquetas casitas de los humildes poblados y campiñas del interior del país.

La posibilidad de adaptar los trazos, molduras y ángulos del estilo victoriano en la madera y la ventaja que representaban las grandes serranías y bosques maderables existentes en República Dominicana, facilitó la proliferación de viviendas inspiradas en dicho estilo, al alcance de todos los estratos sociales.

La ubicación de centros de intercambio comercial (aduanas y puertos) y la influencia que ello representa en cuanto al movimiento económico y cultural, condicionó que las ciudades establecidas a lo largo de la costa –norte y sur-, mantuviesen un estrecho contacto con el extranjero, lo que conllevó a que hacia ellas fluyesen los aires modernos, acordes con la época, transportados como parte del fenómeno migratorio y su correspondiente intercambio cultural. Monte Cristi, Puerto Plata, Sánchez y Samaná son un fiel reflejo de ello.

El poblado de Dajabón -que originalmente formó parte de la provincia Monte Cristi, siendo a la vez parte de la ruta obligada del transporte terrestre del comercio de mercaderías provenientes de Juana Méndez y demás pueblos del norte de Haití-,  devino en constituirse en parte de ese agitado crisol arquitectónico, aunque en mucho menor medida que las poblaciones mencionadas. Sin embargo, debemos consignar que las edificaciones levantadas allí, al calor del revolucionario estilo arquitectónico de marras, reflejan con toda fidelidad los aspectos más arriba señalados.

En ese tenor, podemos enunciar aquí que, tanto las mansiones, locales comerciales, edificaciones públicas, glorietas y plazas construidas en Dajabón, como las humildes viviendas rurales, inspiradas en el citado estilo arquitectónico y otros que se impusieron más adelante, merecen ser conservadas en su estado original, en homenaje a un periodo histórico de nuestra Era Republicana que debe permanecer intacto, como reflejo del devenir histórico de la Nación.

Uno de estos espacios lo representaba el conjunto de la antigua Casa Consistorial de Dajabón y el parque central de esta población, en cuyo centro se encuentra la romántica glorieta tipo chalet, de grata recordación para varias generaciones de hijos de esta provincia.

Tanto la casa -construida en 1936- como la glorieta del parque, -regalo del gobierno de Horacio Vásquez (1924-1930-,  simbolizaban un complejo estructural a tono con un estilo urbanístico en el que se equilibran las instancias de organización y administración estatal –el Ayuntamiento-, con los espacios de distracción y esparcimiento del pueblo -la plaza o parque-.

Este lugar evocaba, además, un acontecimiento luctuoso de la historia de nuestra nación y su relación con el hermano pueblo haitiano: desde el entramado que constituía el amplio balcón-galería que bordeaba toda la segunda planta de la antigua Casa Consistorial, el dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina pronunció, en Octubre de 1937, un encolerizado discurso matizado de racismo y xenofobia anti-haitiana, el que finalizó dando un formidable zapatazo que remeció todos los cimientos de la estructura. Dicha acción constituyó el preludio de lo que habría de ser la más horrorosa masacre que recuerde la historia nacional, en la que perecieron más de 20 mil indefensos campesinos de origen haitiano, muchos de ellos nacidos en territorio nacional y otros tantos emparentados en primer y segundo grados con nacionales de nuestro país, que hubieron de padecer, también, los horrores de la persecución y matanza.

La tiranía hubo de rodar por tierra, en 1961, y hoy por hoy los pueblos haitiano y dominicano se encaminan por senderos de armonización, entendimiento y colaboración, para arribar a la solución de sus problemas comunes.

Los salones de la demolida Casa Consistorial eran usados por grupos culturales de la región para ensayar. Es el caso del ballet folklórico, los talleres de pintura y artes escénicas. Al mismo tiempo se impartían cursos de mecanografía y comercio y se encaminaban los pasos para el establecimiento de una biblioteca. Dichas actividades eran coordinadas por el periodista, poeta y activista cultural dajabonero Rubén Darío Villalona –Chío-, quien también  promueve el Museo Imágenes de la Frontera  y se desempeña como el directivo principal de la Casa de la Cultura del municipio cabecera de la provincia, además de coordinador del Ministerio de Cultura en toda la línea noroeste.

Fruto de decisiones tomadas a la ligera, que no cuentan ni contaron en su momento con ningún asidero apegado a la lógica y la ecuanimidad, los incumbentes del máximo organismo del quehacer cultural en la Nación, en coordinación con funcionarios del Instituto Nacional de Auxilios y Viviendas –INAVI-, se enrumbaron en la torpe e irreflexiva medida de demoler la vetusta edificación, para luego proceder a construir en dicho espacio una funeraria destinada al servicio comunitario. A tono con los planes iniciales, ambos organismos –funeraria y centro cultural- habrían de compartir las instalaciones del futuro edificio.

Esta aberrante y obcecada medida fue implementada en el periodo de gobierno 2000-2004, en momentos en que el quehacer cultural de la Nación se debatía en un mar de proyectos, planes y ejecutorias, en su mayor parte de corte futurista, implementados por el poeta Tony Raful. En ese entonces se especuló que había intereses mercuriales envueltos detrás del presupuesto asignado para la construcción de la funeraria de marras. Más aún,  circuló la especie de que un buen dajabonero había puesto a disposición un solar en otro lugar de la ciudad y que este ofrecimiento había sido desestimado, lo que dio pie a conjeturas en el sentido de que desde el principio se buscaba la demolición pura y simple de la edificación, medida que, en el trasfondo, podría tener un sesgo de retaliación política, en pro de afectar la imagen y ejecutorias del incumbente del centro cultural y hacerle saltar del cargo.

Los hechos mencionados ya forman parte de la historia del quehacer de la intelectualidad en la frontera. Con la demolición de la vetusta y simbólica edificación el activismo cultural dajabonero quedó sin techo y al mismo tiempo rodó por tierra un símbolo de lo que es y ha sido la arquitectura local.

De nada valieron los alegatos y acciones encaminadas por los directivos, activistas comunitarios  y trabajadores del quehacer cultural, tanto a nivel provincial como por ante las instancias de los encopetados funcionarios de la cartera, en pro de detener la grosera medida, desconocedora del profundo significado asignado por los pobladores a sus valores regionales: solo oídos sordos, acciones evasivas y comentarios sarcásticos y zahirientes recibimos en la ocasión, provenientes de aquellos en quienes descansaba en esos momentos la obligación de velar por el rescate y preservación de la cultura de la Nación.

Chío Villalona y los activistas del centro tuvieron que liar sus bártulos a la carrera y entregar el local, a fin de evitar males mayores. Más adelante, con nuevos bríos y refugiados en una nueva y hospitalaria instalación, los forjadores del quehacer cultural en la provincia habrían de poner en tensión sus capacidades y creatividad para superar el trauma acarreado con la ejecución de la injustificable medida que venimos comentando.

Varios años han pasado desde aquel funesto día en que fue groseramente desmantelado el antiguo local de la Casa de la Cultura de Dajabón y de la ‘Cámara’ de Comercio. La dedicación al trabajo y al estudio ha permitido que ese puñado de jóvenes valores que acompañan a Chío en la brega cultural, demuestren cada día más sus inquietudes y capacidades y los frutos de dicha fecunda labor se observan a diario en los talleres literarios, grupos folklóricos, de teatro,  en el montaje de personajes y comparsas del carnaval y elaboración de artesanías -entre otras actividades artísticas-, lo cual nos llena de profunda satisfacción.

Por su parte, luego de sortear innúmeros retrasos, desacuerdos y ‘falta de liquidez’, en el solar de la demolida Casa Consistorial de Dajabón, finalmente fue construido y puesto en función el organismo de servicios funerarios comunitarios previamente mencionado.

Seria mezquino de nuestra parte enjuiciar negativamente la labor que pudiese estar rindiendo dicha entidad, si verdaderamente lo hace en beneficio de los más necesitados, tal y como fue concebida dicha obra. Sin embargo, habiendo transcurrido 10 años y a manera de colofón vamos a repetir los criterios en los cuales nos escudábamos, junto al movimiento cultural dajabonero, para oponernos a la demolición del local de la Casa de la Cultura y a la erección, en el mismo espacio, de un local que albergase a esta institución, conjuntamente con el establecimiento de una funeraria de INAVI:

“ …No es posible aceptar que en un mismo espacio coexistan los elementos de una cultura viva con el culto a los muertos. Independientemente de que la muerte es un paso ineludible en nuestro tránsito por la vida, no podemos entender que, llegada la hora del recorrido hacia los terrenos de lo insondable, el culto a ella se produzca concomitantemente con las actividades  propias del ambiente de jolgorio, alegría y expresividad en el que confluyen las artes escénicas, el folklore, la literatura y la libre expresión de las ideas”; razón por la cual abogábamos en aquel entonces por un acuerdo que preservase “por sobre todas las cosas -y los intereses personales-, el patrimonio arquitectónico de Dajabón y la promoción y difusión de nuestros valores culturales”.

Felizmente,  la dedicación y perseverancia en el trabajo desplegados por los activistas de esta población, ha demostrado que, para Dajabón, vale más el apoyo y estímulo a las manifestaciones culturales autóctonas, que mil rimbombantes, desfasados e hipócritas conciertos en mangas de camisa, como aquel con que se nos quiso ‘allantar’ en esa fallida gestión cultural de la que no quiero acordarme.
Santo Domingo, Abril 2011

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